Los tres ex generales con sendas carreras militares advierten: “estamos congelados hasta los huesos al pensar que un golpe podría tener éxito la próxima vez”.
El general mayor del Ejército Paul Eaton, el general mayor Antonio Taguba, con 34 años de carrera, y el brigadier Steven Anderson, con 31 años de trayectoria militar, advirtieron en un artículo de opinión en The Washington Post publicado el viernes, que “el potencial de un colapso total de la cadena de mando por líneas partidistas –desde arriba al nivel de escuadrón– es significante si ocurre otra insurrección. La idea de unidades (militares) desleales organizándose para apoyar al comandante en jefe ‘legítimo’ no puede ser descartado”.
Piden que se tome en cuenta qué sucedería si hay dos “comandantes en jefe” emitiendo órdenes después de la próxima elección, donde en una contienda disputada “algunos podrían obedecer órdenes del comandante en jefe legítimo, mientras otros podrían seguir al perdedor tipo Trump”.
Lo anterior, dicen, no sólo tiene implicaciones políticas, sino de seguridad nacional al dejar al país vulnerable a “enemigos”. Y apuntan que la falta de preparación militar para las secuelas de la elección de 2020 es “preocupante”, incluyendo reportes de que durante la disputa de los comicios presidenciales el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor, tuvo que maniobrar rápidamente para “asegurar que las cadenas de defensa nuclear de la nación estuvieran protegidas ante posibles órdenes ilegales”.
“Con el país tan dividido como nunca, tenemos que tomar pasos que aseguren que estamos preparados para lo peor”, recomiendan. Primero, hacer todo para evitar una nueva “insurrección”, indicando que ni un sólo líder que inspiró los actos del 6 de enero ha tenido que rendir cuentas. A la vez, los militares no pueden esperar a que actúen los políticos electos y el Pentágono “debería ordenar de inmediato un repaso de educación cívica para todos sus integrantes, sobre la Constitución y la integridad electoral”, como también sobre “cómo identificar y manejar órdenes ilegales”.
Además, sugieren una investigación de inteligencia en todas las instalaciones militares para identificar posibles amotinados y propagandistas que usan la desinformación entre las filas militares, y, finalmente, que el Pentágono realice “prácticas” de guerra de potenciales insurrecciones e intentos de golpe poselectorales para identificar debilidades e implementar medidas con el fin de evitar rupturas en la cadena militar.
No es la primera vez que líderes militares han expresado alarma de intentos para usar las fuerzas armadas en batallas políticas entre civiles.
En el conflicto poselectoral más reciente, los 10 ex secretarios de Defensa vivientes firmaron un artículo de opinión colectivo publicado el 3 de enero expresando que “esfuerzos para involucrar a las fuerzas armadas de Estados Unidos en resolver disputas electorales nos llevarían a territorio peligroso, ilegal e inconstitucional”.
Circuló plan para anular el triunfo de Biden
Mientras tanto, la investigación del Comité Selecto de la Cámara baja sobre el asalto al Capitolio del 6 de enero, sigue revelando evidencias de que en los niveles más altos del gobierno de Trump junto con sus aliados en el Congreso y sus cómplices se estaba considerando anular la democracia constitucional de Estados Unidos –o sea, un golpe de Estado. De hecho, el jefe de gabinete, Mark Meadows, había hecho circular una presentación en Power Point de 38 cuartillas que era en esencia el proyecto del golpe para anular la eleccion presidencial de 2020.
El Comité Selecto ha interrogado a más de 250 personas y acumulado un archivo masivo de evidencia durante sus más de cinco meses de investigación sobre el asalto del 6 de enero al Capitolio.
Las autoridades han arrestado a más de 700 personas por su participación en la irrupción a la sede legislativa. Por lo menos 81 de ellos tienen vínculos con las fuerzas armadas –la mayoría son veteranos militares–, reportó CBS News.
Desde la elección de Donald Trump hasta la fecha, una lista de expertos cada vez más larga coinciden en que la democracia estadunidense está bajo amenaza por fuerzas derechistas, algunas de las cuales son consideradas oficialmente como el principal riesgo interno a la seguridad nacional por agencias de inteligencia, nutridas por el magnate ex mandatario y su Partido Republicano.
“Estamos más cerca de una guerra civil de lo que muchos de nosotros queremos creer”, afirma Barbara Walter, profesora de ciencias políticas en la Universidad de California, experta en conflictos y deterioro de estabilidad en el mundo e integrante de un panel de asesores de la CIA que evalúa cuáles países están al borde de una crisis de violencia y deterioro, en un libro que será publicado en enero, según relata Dana Milbank en el Post.
El estilo Trump no se rinde
“Si uno fuera un analista en un país extranjero observando eventos en Estados Unidos… evaluando cada una de las condiciones que hace más probable una guerra civil… encontraría que esa democracia fundada hace más de dos siglos ha ingresado en estadio muy peligroso”, concluye.
No sólo hay más amenazas de uso de violencia por agrupaciones de derecha, e incluso por legisladores federales ultraconservadores contra sus propios colegas en el Congreso, sino que a nivel estatal, republicanos continúan impulsando leyes para suprimir el voto de minorías (por lo menos 30 nuevas leyes han sido promulgadas en 18 estados), redistribuyendo distritos electorales a fin de garantizar su dominio, promoviendo medidas para controlar el mecanismo electoral mismo (por los menos 216 proyectos de ley de este tipo se han registrado en 41 estados).
Pero todo eso no ha silenciado a Trump y sus aliados ni disminuido su arrogancia: entre los últimos correos electrónicos enviados por el ex presidente había uno cuyo título era: “Yo tenía la razón en todo”.
“El asunto real es si la democracia puede fortalecerse contra los impulsos fascistas desatados por Trump”, resumió el demócrata Jamie Raskin, integrante del Comité Selecto de investigación y uno de los principales fiscales en el segundo impeachment del ex presidente, en comentarios al New Yorker.