Ocho portadores sacaron el ataúd, cubierto con el estandarte real y una corona de flores blanca, bajo las miradas de emoción de una multitud reunida a las puertas de la catedral, donde permaneció en una capilla ardiente desde el lunes por la tarde.
El féretro, acompañado por la única hija de la reina, la princesa Ana de 72 años, será llevado en avión hasta la capital británica, donde pasará la noche en el Palacio de Buckingham rodeado por los miembros de la familia real, encabezados por el nuevo monarca, Carlos III.
Mientras el país, aún conmocionado, se despide de su madre, el rey de 73 años se asienta en el trono y la jefatura de Estado que su madre ocupó durante siete décadas convirtiéndose en símbolo de unión y estabilidad.
Esto incluye una gira por las cuatro naciones que forman el país: Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte.
La etapa norirlandesa, que Carlos III realizó el martes, es considerada la más delicada.
Desde que en 1921 los británicos conservaron ese trozo de la isla de Irlanda, tras la independencia de la ahora conocida como República de Irlanda, la región vivió desgarrada entre católicos y protestantes.
Profundamente devotos de la difunta reina, los unionistas norirlandeses, protestantes, temen que su causa, la pertenencia al Reino Unido, se vea debilitada en un contexto político alterado por la salida de la Unión Europea, y por el avance de los nacionalistas republicanos y católicos, partidarios de la reunificación con la vecina Irlanda.
"Asumo mis nuevas tareas decidido a buscar el bienestar de todos los habitantes de Irlanda del Norte", prometió Carlos III en el castillo de Hillsborough, en el sur de Belfast, a representantes políticos locales.
La visita de Isabel II a Irlanda en 2011 fue la primera de un monarca británico desde la independencia y contribuyó a sellar la paz en la región.