Francisco viajó a la ciudad lagunar para visitar el pabellón de la Santa Sede en la Bienal de arte contemporáneo y reunirse con las personas que lo crearon. Pero debido a que el Vaticano decidió montar su exposición en la prisión de mujeres de Venecia e invitó a las reclusas a colaborar con los artistas, todo el proyecto asumió un significado mucho más complejo, basado en la creencia del papa en el poder del arte para elevar y unir, y de la necesidad de brindar esperanza y solidaridad a los más marginados de la sociedad.
El pontífice abordó ambos mensajes durante su visita, que comenzó en el patio de la prisión de Giudecca, donde se reunió con las reclusas una por una. Mientras algunas de ellas lloraban, el papa les exhortó a aprovechar su tiempo en prisión como una oportunidad para un “renacimiento moral y material”.
“Paradójicamente, un periodo en prisión puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de la belleza insospechada en nosotros y en los demás, simbolizada por el evento artístico que ustedes organizan y el proyecto al que contribuyen activamente”, afirmó Francisco.
Luego, el papa se reunió con los artistas de la Bienal en la capilla de la prisión, decorada con una instalación de la artista visual brasileña Sonia Gomes de objetos que cuelgan del techo, destinados a atraer la mirada del espectador hacia arriba. Instó a los artistas a adoptar el tema de la Bienal de este año, “Extraños en todas partes”, para mostrar solidaridad con todos aquellos que se encuentran en los márgenes.
La exposición del Vaticano convirtió la prisión de Giudecca, un antiguo convento para prostitutas reformadas, en una de las atracciones obligadas de la Bienal de este año, aunque para verla los visitantes deben reservar con antelación y pasar por un control de seguridad.