El presidente Sánchez inició el día dirigiéndose al Palacio de la Zarzuela para tener una reunión con el Rey Felipe VI, en su calidad de jefe de Estado, para informarle en primera persona su decisión final. Después regresó a su residencia oficial, el Palacio de La Moncloa, donde realizó una declaración institucional en las puertas del recinto y al aire libre.
Ahí, el líder socialista informó que después de reflexionar y recibir las muestras de apoyo y solidaridad, tanto de los dirigentes políticos como de la militancia de su partido, había decidido seguir al frente de la presidencia del gobierno. No aclaró si se sometería o no a una cuestión de confianza en el Congreso de los Diputados, que podría servir de foro para debatir en profundidad las razones de esta crisis política abierta por la decisión de Sánchez del pasado miércoles, en la que señaló sobre todo a los medios de comunicación de la “galaxia de la derecha”, a los jueces conservadores y a los dos principales líderes de la derecha española, Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular, y Santiago Abascal, de Vox.
En su discurso, Sánchez señaló: “El pasado miércoles escribí una carta dirigida a la ciudadanía, me planteaba si merecía la pena soportar el acoso que desde hace 10 años sufre mi familia a cambio de presidir el gobierno de España. Tras estos días de reflexión, tengo la respuesta clara. Si permitimos ataques a personas inocentes, entonces no merece la pena. Si permitimos que las mentiras más groseras sustituyan el debate basado en evidencias, entonces no merece la pena.
Por muy alto que sea, no hay honor que justifique el sufrimiento injusto de las personas que uno más quiere y respeta. Necesitaba parar y reflexionar. Sé que la carta que envié pudo desconcertar a alguien porque no obedece a ningún cálculo político. He mostrado un sentimiento que en política no suele ser admisible.
He reconocido antes quienes buscan quebrarme, que duele vivir estas situaciones. A veces, la única forma de avanzar es detenerse. He actuado desde una convicción clara. O decimos basta o esta degradación de la vida pública determinará nuestro futuro, condenándonos como país. He dado este paso por motivos personales, pero son motivos que todos pueden entender. Esto no es una cuestión ideológica. Estamos hablando de respeto, de dignidad”.
Después fue despejando su postura, al advertir que por muy dura que sea la campaña de guerra sucia tanto “yo como mi esposa, Begoña Gómez, podemos con ella”, si bien instó a “la sociedad española que volvamos a ser ejemplo. Los males que nos aquejan forman parte de un movimiento mundial. Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia”.
Y finalmente lo confirmó: “Asumo la decisión de continuar, con más fuerza si cabe. Esto no va del destino de un dirigente particular. Se trata de decidir qué tipo de sociedad queremos ser. Nuestro país necesita esta reflexión. Llevamos demasiado tiempo dejando que el fango contamine nuestra vida pública. Exigir resistencia incondicional es poner el foco en las víctimas y no en los agresores.
Esta campaña de descrédito no parará. Podemos con ella. Lo importante es que queremos agradecer las muestras de solidaridad recibidas de todos los ámbitos. Gracias a la movilización social, que ha influido”.
A continuación, el discurso íntegro del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez:
Buenas tardes. Como saben, el pasado miércoles escribí una carta dirigida a toda la ciudadanía. En ella les planteaba si merecía la pena soportar el acoso que desde hace diez años sufre mi familia a cambio de presidir el Gobierno de España.
Hoy, tras estos días de reflexión tengo la respuesta clara. Si aceptamos todos como sociedad que la acción política permite el ataque indiscriminado a personas inocentes, entonces no merece la pena.
Si consentimos que la contienda partidista justifique el ejercicio del odio, de la insidia y de la falsedad hacia terceras personas, entonces no merece la pena.
Si permitimos que las mentiras más groseras sustituyan el debate respetuoso y racional basado en evidencias, entonces no merece la pena.
Por muy alto que sea, no hay honor que justifique el sufrimiento injusto de las personas que uno más quiere y respeta, y ver cómo se intenta destruir su dignidad sin el más mínimo fundamento.
Tal y como les anuncié, necesitaba parar y reflexionar sobre todo ello. Y sé que la carta que les envié pudo desconcertar, porque no obedece a ningún cálculo político. Y es cierto. Soy consciente de que he mostrado un sentimiento que en política no suele ser admisible. He reconocido ante quienes buscan quebrarme, no por quien soy, sino por lo que represento, que duele vivir esta situación. Que no deseo a nadie.
También porque sea cual sea nuestro oficio, nuestra responsabilidad laboral, vivimos en una sociedad donde solo se nos enseña y se nos exige mantener la marcha a toda costa. Pero hay veces en que la única forma de avanzar es detenerse, reflexionar y decidir con claridad por dónde queremos caminar.
He actuado desde una convicción clara. O decimos basta o esta degradación de la vida pública determinará nuestro futuro condenándonos como país. Es cierto que, dado este paso por motivos personales, pero son motivos que todo el mundo puede entender y sentir como propios, porque responden a valores troncales de una sociedad solidaria y familiar como es la española.
Porque esto no es una cuestión ideológica. Estamos hablando de respeto, de dignidad, de principios que van mucho más allá de las opiniones políticas y que nos definen como sociedad. Esto nada tiene que ver con el legítimo debate entre opciones políticas. Tiene que ver con las reglas del juego.
Si consentimos que los bulos deliberados dirigen o dirijan el debate político, si obligamos a las víctimas de esas mentiras a tener que demostrar su inocencia en contra de la regla más elemental de nuestro Estado de derecho. Si permitimos que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido. Si, en definitiva, permitimos que la sinrazón se convierta en rutina, la consecuencia será que habremos hecho un daño irreparable a nuestra democracia.
Exigir resistencia incondicional a los líderes objeto de esa estrategia es poner el foco en las víctimas y no en los agresores. Y confundir libertad de expresión con libertad de difamación es una perversión democrática de desastrosas consecuencias.
Por tanto, la pregunta es sencilla. ¿Queremos esto para España? Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos diez años sufriéndola. Es grave, pero no es lo más relevante. Podemos con ella. Lo importante, lo verdaderamente trascendente, es que queremos agradecer de corazón las muestras de solidaridad y de empatía que hemos recibido de todos los ámbitos sociales. Lógicamente, me van a permitir un agradecimiento especial a mi querido Partido Socialista.
En todo caso, gracias a esa movilización social que ha influido decisivamente en mi reflexión y que vuelvo a agradecer, quiero compartir con todos ustedes lo que finalmente he decidido. De ello he informado previamente al jefe del Estado esta misma mañana. He decidido seguir, y seguir con más fuerza, si cabe, al frente de la Presidencia del Gobierno de España.
Esta decisión no supone un punto y seguido, es un punto y aparte. Se lo garantizo. Por eso asumo ante ustedes mi compromiso de trabajar sin descanso, con firmeza y con serenidad por la regeneración pendiente de nuestra democracia y por el avance y la consolidación de derechos y de libertades.
Asumo la decisión de continuar con más fuerza, si cabe, al frente de la Presidencia del Gobierno de España. Solo hay una manera de revertir esta situación: que la mayoría social, como ha hecho estos cinco días, se movilice en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común, poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo. Porque esto no va del destino de un dirigente particular, Eso es lo de menos. Se trata de decidir qué tipo de sociedad queremos ser. Y creo que nuestro país necesita hacer esta reflexión colectiva.
De hecho, durante estos cinco días ya hemos comenzado a hacerla. Una reflexión colectiva que abra paso a la limpieza, a la regeneración, al juego limpio. Llevamos demasiado tiempo dejando que el fango colonice impunemente la vida política, la vida pública, contaminándonos de prácticas tóxicas inimaginables hace apenas unos años.
Apelo, en consecuencia, a la conciencia colectiva de la sociedad española. Una sociedad que, desde el acuerdo generoso, supo sobreponerse a las terribles y profundas heridas del peor de sus pasados. Una sociedad que consiguió vencer de manera ejemplar todos los desafíos democráticos que sufrió, que superó con éxito una pandemia, que pese al difícil contexto geopolítico que sufrimos con guerras en Oriente Medio y en Ucrania, vive un muy buen momento económico y respira paz social.
Una sociedad que asombró al mundo por su aceptación entusiasta de los derechos y de las libertades, pasando de ser un país oscuro a un referente internacional de libertades y de democracia, de progreso y de convivencia. Hoy pido a la sociedad española que volvamos a ser ejemplo e inspiración para un mundo convulso y herido. Porque los males que nos aquejan no son ni mucho menos exclusivos de España. Forman parte de un movimiento reaccionario mundial que aspira a imponer su agenda regresiva mediante la difamación y la falsedad, el odio y la apelación a miedos y amenazas que no se corresponden ni con la ciencia ni con la racionalidad. Mostremos al mundo cómo se defiende a la democracia. Pongamos fin a este fango de la única manera posible: mediante el rechazo colectivo, sereno, democrático, más allá de las siglas y de las ideologías, que yo me comprometo a liderar con firmeza como presidente del Gobierno de España.