Al mediodía su familia lo esperaba ya a las afueras de Combex, una empresa de carga adonde llegan los féretros con los restos de personas fallecidas fuera del país.
Guachiac Sipac era un niño indígena quiché que hablaba poco español, y que junto a su mejor amigo y primo Wilmer Tulul de su misma edad y que murió junto con él, jugaban futbol, pero también planearon migrar juntos a los Estados Unidos buscando una mejor vida para ellos y sus familias.
Los dos menores eran originario de Tzucubal, una aldea del municipio de Nahualá en el departamento de Sololá, a unos 150 kilómetros de la capital guatemalteca.
“Mamá, ya estamos saliendo”, fue lo último que el niño le dijo a su madre, en un mensaje de voz que ella prefirió borrar al no soportar escucharlo más, horas antes de que ocurriera la tragedia.
Los primos, originarios de una comunidad indígena que vive de la agricultura, intentaban llegar a Houston para estudiar y buscar trabajo, huyendo de la pobreza en su comunidad.
El 27 de junio las autoridades estadunidenses fueron alertadas del hallazgo de un tráiler estacionado en una carretera de tierra en San Antonio Texás, que en el interior de su furgón habían personas fallecidas. En el lugar se localizaron 46 migrantes muertos mientras que otros siete fallecieron en hospitales de la zona.